Yo quería unir mis dedos rotos con los tuyos, enlazar las manos que tanto ha trajeteado la vida, ignorar el presente e irme de boca contra la avenida, pero la casualidad dijo que no iba a ser así.
Ahora que lo nuestro ya no existirá, duele. Duele como una herida imprevista, una herida ligera y ardiente, de esas que lasceran sobre los dedos de las manos o que arden como pellejito insufrible.
Y es que duelen más las historias que no ocurrieron, las que se quedaron en veremos, las que idealizas y que abruptamente se apagan.
Voy a llorar por todo lo que no fuimos, porque te quise sin que lo supieras, porque me permití sentir mucho más y quebrar el molde de lo nuestro.
La casualidad no quiso, y no será, pero que esto que ahora se ha apoderado de mi cuerpo sirva para alimentar la esperanza de que algo mejor vendrá.
A veces despierto con ganas de pesar una vez más, pero hoy, decido ser leve.