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miércoles, 18 de enero de 2023

La miel de las Ixoras

Mamá tenía una hermana, Rosa, su mejor amiga y confidente tal vez. A menudo me cuenta sobre ella, sobre sus amores fallidos, los insultos de mi abuela, los reclamos y las imposiciones severas.

Pienso mucho en ella a veces, quisiera haberla conocido, platicar con ella, edificar una historia a su alredor, decirle que soy gay y que hay hombres que me han hecho llorar, pero es imposible. 

Cuando ambas eran jóvenes, las imagino así, felices, con un cabello larguísimo, riéndose de quien sabe qué, entonando canciones de Luis Miguel, llorando por las noches por sentirse imcomprendidas, mirando a la luna con la esperanza de una vida distinta. Así las imagino, a ella y a mi mamá.

Con un nombre de flor, pienso en otra, en las ixoras, aquellos matorrales verdes con florecillas rojas que irrumpen en la vista de las personas que transitamos en esta ciudad; cálida, ansiosa, a veces áspera, pero tantas veces esperanzadora, como las ixoras mismas.

No podría contar de la historia de mi madre sin contar la suya, no podría contar la mía sin contar la de ellas, no podría arrancar el tallo rojo del arbusto verde y luego halar del centro de la florecilla para sentir su miel sin sentir que esa es la esperanza que tanto deseaban.

La esperanza que tal vez se ha vuelto la vida misma, la historia de un futuro mejor, uno donde la felicidad toca a la puerta, donde la vida se presenta más amable, menos oscura y más soleada. 

Camino por las calles por las que ellas mismas caminaron, por ahí la caseta de polícia, el juego con forma de pastel en el parque, la tienda de abarrotes del vecino y todas las risas y pláticas que seguro se quedaron por ahí.

Gracias mamá, gracias Rosa, Rosy; por enseñarme que se puede soñar aún más allá de estas calles, de estos árboles, de estos recuerdos, de esta vida. 

Que siempre puedo caminar por la vida, buscar un arbusto verde y halar del centro de las ixoras y sorber la miel dulce de la esperanza.