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martes, 31 de diciembre de 2019

lo que oí, lo que ví, lo que sentí

Cubro mis ojos con mis manos, en el medio de la acción. Encapsulo la memoria para poder volver a ella en el futuro. Descubro mi mirada, estoy ahí, en el medio, vivo.

Volver al pasado es un súbito calambre, es un acto de valentía, es un susurro al corazón.

Porque inevitablemente vivimos midiendo al tiempo, y duele dejar ir a esta década que se va, porque fui en ella.

A veces y todavía a veces, me olvido de mi, me disculpo por ello. Por dejarme de lado cuando al final soy lo único que tengo. 

Me tuve sólo a mi en la ansiedad de la noche, en la solitaria parada del autobús, en el llanto alcoholizado, en la pecera circular, en el pasado roto. 

Y se va mi yo, el que rie, el que llora. El de las borracheras, el de la indecisión a flote. 

Se va un yo que vivió, que mintió, el del miedo a verse como era, que escapó, que amó, que escuchó su música triste al caer la noche, que escribió estos textos a deshoras de la noche, que se falló. 

Y esto yo que se va, no volverá a existir, morirá, junto con la nube de lluvia, junto con el futuro a tu lado, junto con los miedos
ingenuos, y esperando que ya nada se pegue a mi. 

Otro yo que se acaba, y las canciones, y las películas, las sensaciones, esas se irán conmigo, a una nueva vida lejos de mi. 

Porque al final, soy lo que vi, lo que escuché, lo que sentí, lo que amé.

Y lo que pasó en la década ya fue, y sucedió y nos hará mejores. 


miércoles, 18 de diciembre de 2019

LA PECERA CIRCULAR

Yo era tallerista en un curso que impartía el acuario de mi ciudad, iba un par de veces al mes y dormíamos con los niños justo frente a la pecera más grande del lugar, me gustaba hacerlo. Me sentía cómodo siendo parte de una cosa que no tenía nada que ver con mi pasado, que tenía un poco más que ver con las cosas que quería para mi futuro., Además, me ayudaba a soltar mi imaginación. 

Originaba anécdotas que se iban formando solas en mi cabeza. Pensaba que los pangasios eran mis amigos, quería abrazar al pez erizo la vez que me contaron que lo molestaban en cada una de las peceras en las que había estado. Sentía pena por los escorpión, traidos sin remedio a esta parte del mundo, sintiéndose tal vez solos, desorientados y discriminados por el veneno que emanan, tal vez ellos ni querían provocar ese dolor. Me molestaba la presunción y fanfarronería de los delfines y sentía impotencia al recordar como una vez habían separado a una pareja gay de pingüinos. 

Era un mundo aparte para mi, me gustaba adentrarme en medio de la pecera circular, aislado del mundo que a veces me parecía hartante y horrible, encontré ahí un refugio, un espacio de paz, ajeno a las cosas que azotaban al mar abierto. 

Cada día era una sorpresa para mi, conocer a niños nuevos me llenaba de una nostalgia que parece aún indescriptible, era verme en ellos, recordar mi pasado, ver en sus ojos los recuerdos que se asoman en mi cabeza, los buenos y los malos. El gordito apartado sin amigos, la niña disciplinada que hacía preguntas mordaces para evidenciar que sabía mucho, al que olvidaron y se sintió triste porque sus papás llegaron tarde por él. Al penoso, al enojado, el enamorado, en todos había algo especial que me hacía sentir que en ellos había semillas distintas que crecerían y originarían mentes marcadas por ese lugar que compartíamos, incluso y tal vez marcadas por mi, y eso hacía que yo sintiera una conexión íntima y especial con ellos. 

Y no voy a olvidar a Saúl, evidenciando su gran intelecto a cada oportunidad que tenía, a Leo siendo un impertinente pero agradeciendo al final con un abrazo, a Joaco, sintiéndose apenado por admitir frente a mi que no podía distinguir los colores por ser daltónico, a Max desesperado sin poder sostener bien las tijeras derechas siendo el zurdo. Me hirió no poder darle toda mi atención a la creatividad de Iker por tener que corretear a Renata para que acabara su manualidad, sentir el abrazo cálido de Mateo después de que acepté su galleta de chocolate, el enojo que me causo Jorge pero que al final me hizo dar cuenta que eso lo hacía inevitablemente especial, y así podría continuar hablando los siguientes tres mil párrafos de los momentos que sin darse cuenta me regalaron. 

Al final, al acercarme al acrílico, los veía a ellos, y también me veía a mi, preocupado sin saber, anhelando un futuro nuevo, enojándome por no saber que hacer, sintiéndome apenado por el que dirán y llorando por el dolor de una causa perdida. 

Ellos son yo, y yo soy ellos. En este constante ir y venir de los peces, nadando, tratando de  encontrar sentido a una pecera circular.  

lunes, 16 de diciembre de 2019

juicio

Dolió cuando perforaron la encía,
engañarme a mi mismo, sentir el dolor de tu rechazo,
era leer en sus tatuajes los instantes que yo nunca pude darte,
ser el hijo no querido, el homosexual amanerado,
sentirme olvidado, sentirme gordo,
la vergüenza de usar un pantalón apretado.

sangro toda mi boca, enseguida llegó a mi paladar el sabor metálico de la sangre.
sentí el sabor de todos esos panes,
esos dulces,  esas meriendas que devoré
para llenar el vacío que aún arrastro.

el entumecimiento en la encía me hacía sentir inmóvil,
indefenso y estúpido.
sin salida, atrapado en una cadena circular de odio,
rencor, pobreza, desconfianza y asco.

perforaron el tercer molar,
lo partieron en pedazos, y dolió,
partir el nervio me hizo sentir un dolor indescriptible que recorrió todo mi cuerpo,
derramar una lágrima, una sola lágrima es lo que se puede derramar cuando se sufre así,

el estar solo, sentirme solo, llorar por las noches, olvidar quien soy,
darme asco frente al espejo, querer arrancar los pliegues de mi piel,
sentir vergüenza por todo lo que sigo sin ser y darme cuenta de que ya se me fue otro año.

y no hice nada relevante, pero sí,
arrancarme de tajo el puto juicio que llevaba atorado en lo más profundo de mi dentadura,
gritar por dentro en casa segundo amarrado a esa silla incómoda,
en ese cuarto asquerosamente limpio,
con una luz cegadora y un olor pulcro,
frío, frío, frío.

y es recordar la ventana de un viaje,
ver mi cuenta bancaria vacía,
sentir que no se pertenece a ningún lado.

y es que no soy, ni hice,
no fui, ni traté.

y ahora existe una herida latente, un hoyo de sangre coagulada,
un poema que voy a escribir,
un dolor que se va a quedar ahí,
para siempre y por siempre.

jueves, 12 de diciembre de 2019

Las luces

Ahí yacía yo, recostado sobre una superficie incómoda, retorciéndome del frío que carcomía mis huesos y mis pies. 
Sentí dolor en las encías, un ardor que carcomía mi ser hasta llegar poco a poco a mis nervios. No podía ver bien que pasaba a mi al rededor, escuchaba voces que susurraban futuros distantes y confabulaban en mi contra. 

Vislumbré un par de luces sobre mi rostro, borrosas, lejanas, bellas. Aparecieron justo ahí, casi cegando la poca vista que tenía, tranquilizando el dolor que sucumbía a mi cuerpo. 

En medio del lugar helado, sufrí por mis errores del ayer, desgarré mi mandíbula hasta que sangrara y escupiera las cosas que no dije, sentí el dolor en la garganta, una garganta que dolía por tragarme todos los secretos que no dije. 

Y vi las luces una vez más, ahí, suspendidas sobre mi, lejanas, cercanas, borrosas, como un mensaje claro al que aún no tengo acceso, un futuro que aún no logro hacer que me pertenezca, un camino que aún no veo claro.