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viernes, 24 de enero de 2020

RESILIENTES

Ella era mayor que yo, tenía el cabello corto y usaba labial rojo. Llevaba una mochila de ruedas y por ratos acomodaba sus anteojos. Tenía algunas canas, casi invisibles, pero ahí estaban; y sonreía con una calidez que a veces ya no creo que exista en los humanos.

Lalo me llevo a ella, Lalo, uno de esos intentos no concretados, dejados de lado, olvidados en el tiempo. Tal vez me arrepienta ene l futuro, pero aún no.

Él nos presentó, en medio de una oficina pequeña, sobre un escritorio mínimo donde apenas cabía ella, menos mal que ella también era pequeña y delgada sino quien sabe qué suertes pasaría en ese ínfimo espacio en el que trabajaba.

En sus dientes percibí sus esfuerzos por lograr algo suyo, algo que seguramente le dijeron que no funcionaría, y que seguramente ella por las noches, y en sus momentos de debilidad también lo pensaba.

Encontramos ahí la similitud, traídos a la mesa como almas temerosas, ingenuas y con ideas que a veces nos daba miedo comentar.

Después de eso, trabajamos un tiempo, de a poco, de a risas, de amistad. Y compartimos el escritorio, el café, el abrazo, los clientes y las lágrimas de desesperación de un futuro incierto.

Creo que fuimos amigos, quizá hasta más que amigos, confidentes, compañeros en este inestable viaje de esperanzas y sueños de empatía y apoyo.

Alegres, sensibles, frágiles, inútiles, tristes, desesperanzados, RESILIENTES, como decía ella.

La naturaleza sufre, pero renace, es resiliente, como hemos sido nosotros.

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