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miércoles, 18 de diciembre de 2019

LA PECERA CIRCULAR

Yo era tallerista en un curso que impartía el acuario de mi ciudad, iba un par de veces al mes y dormíamos con los niños justo frente a la pecera más grande del lugar, me gustaba hacerlo. Me sentía cómodo siendo parte de una cosa que no tenía nada que ver con mi pasado, que tenía un poco más que ver con las cosas que quería para mi futuro., Además, me ayudaba a soltar mi imaginación. 

Originaba anécdotas que se iban formando solas en mi cabeza. Pensaba que los pangasios eran mis amigos, quería abrazar al pez erizo la vez que me contaron que lo molestaban en cada una de las peceras en las que había estado. Sentía pena por los escorpión, traidos sin remedio a esta parte del mundo, sintiéndose tal vez solos, desorientados y discriminados por el veneno que emanan, tal vez ellos ni querían provocar ese dolor. Me molestaba la presunción y fanfarronería de los delfines y sentía impotencia al recordar como una vez habían separado a una pareja gay de pingüinos. 

Era un mundo aparte para mi, me gustaba adentrarme en medio de la pecera circular, aislado del mundo que a veces me parecía hartante y horrible, encontré ahí un refugio, un espacio de paz, ajeno a las cosas que azotaban al mar abierto. 

Cada día era una sorpresa para mi, conocer a niños nuevos me llenaba de una nostalgia que parece aún indescriptible, era verme en ellos, recordar mi pasado, ver en sus ojos los recuerdos que se asoman en mi cabeza, los buenos y los malos. El gordito apartado sin amigos, la niña disciplinada que hacía preguntas mordaces para evidenciar que sabía mucho, al que olvidaron y se sintió triste porque sus papás llegaron tarde por él. Al penoso, al enojado, el enamorado, en todos había algo especial que me hacía sentir que en ellos había semillas distintas que crecerían y originarían mentes marcadas por ese lugar que compartíamos, incluso y tal vez marcadas por mi, y eso hacía que yo sintiera una conexión íntima y especial con ellos. 

Y no voy a olvidar a Saúl, evidenciando su gran intelecto a cada oportunidad que tenía, a Leo siendo un impertinente pero agradeciendo al final con un abrazo, a Joaco, sintiéndose apenado por admitir frente a mi que no podía distinguir los colores por ser daltónico, a Max desesperado sin poder sostener bien las tijeras derechas siendo el zurdo. Me hirió no poder darle toda mi atención a la creatividad de Iker por tener que corretear a Renata para que acabara su manualidad, sentir el abrazo cálido de Mateo después de que acepté su galleta de chocolate, el enojo que me causo Jorge pero que al final me hizo dar cuenta que eso lo hacía inevitablemente especial, y así podría continuar hablando los siguientes tres mil párrafos de los momentos que sin darse cuenta me regalaron. 

Al final, al acercarme al acrílico, los veía a ellos, y también me veía a mi, preocupado sin saber, anhelando un futuro nuevo, enojándome por no saber que hacer, sintiéndome apenado por el que dirán y llorando por el dolor de una causa perdida. 

Ellos son yo, y yo soy ellos. En este constante ir y venir de los peces, nadando, tratando de  encontrar sentido a una pecera circular.  

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