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martes, 14 de mayo de 2019

¿Cuántos se necesitan?

Caminando por el valle, sombras, almas sueltas, demonios libres, fantasmas del pasado. Te provocan, quieren comerte y anhelan tocarte, hacerte suyo, y te resistes, eres fuerte, pero también débil. 

Sostienes una mano caliente, te dices feliz, recorres los campos florales mientras sonríes y vociferas palabras de miel, pero a veces y sin darte cuenta pisas algunas lilis, o aplastas sin querer algún nido de hormigas. 

Te hieres, espinas carcomen tu piel, el veneno ardiente de las arrieras hacen quemar tu ser, pero es excitante el dolor del caos y lo que trae consigo, te recuerdan que estás vivo porque no sólo el canto del pájaro es hermoso, también la sensación de la espina clavada en la piel. 

Sueltas el calor de la palma, descubres cuevas oscuras, llanos solitarios se hacen presentes frente a ti y caminas alrededor de altas montañas que solo te provocan frío, querer volver al valle donde caminabas al lado del fuego es un recuerdo constante que se vuelve parte de ti.

Volver, es fácil y a veces difícil, te vas y vuelves, a veces más lento y a veces más rápido, vuelves, te cansas, te vas, te recuperas y vuelves.  

Y en el camino ya has roto un sinfín de flores, has quemado chozas enteras y roto nidos de aves cantoras, todo por el enervante sabor del caos, el delicioso elixir del dolor que te hace volver al lado al camino, a recuperar fuerzas al lado de la sombra burbujeante. 

Todo para tratar de sentirte bien o de sentirte mal, pero sentir, y al final, volver otra vez. Siempre se vuelve otra vez. 

Y al final, te preguntas, ¿cuántos corazones necesitas romper para salvar tu valle?




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