Camino por las calles de esta ciudad que tanto tiempo me ha hecho sentir parte, los lazos que se han creado entre mi y estos muros de concreto. Recuerdos clavados en las esquinas y avenidas; aparecen susurrándome al oido.
Vuelvo en mis pasos, para reencontrarme y también para dejar ir. A cada paso hallo anécdotas, en las tortas de tamal, en el frío de las mañanas, en el ruido apabullante de los autos y triciclos. Los nombres de las personas, los rostros, las voces que vibran en las paredes de mi alma.
Camino sobre Av, Tamaulipas, veo libros y cervezas. Me veo correr ebrio sobre estas calles a las 2 de la mañana.
Y comienza a llover, casi como si la ciudad se despidiera de mi. Le odio, y le amo.
Le odio por recordarme todo lo que soy. Por no permitirme olvidar, por edificar una hoguera en mi pecho cada que pienso en mis sueños y en mi.
Pero por hoy, decido alejarme de todo ello, y es que me doy cuenta de que aunque mi alma halle su lugar aquí, siempre tendré al mar, mi mar, y mis lágrimas, y mis olas, y mi lluvia. Porque son muy míos. Y porque al preguntarme una vez más a donde pertenezco, sigo sin encontrar una respuesta.
Y quizá nunca lo haga, pero ahora sé que el único al que pertenezco se encuentra en mi.
Vuelvo en mis pasos, para reencontrarme y también para dejar ir. Y me alegro, de venir del mar, de edificar mis historias en este pedazo de tierra rodeado de sal y arena.
Y camino sobre Av. Diaz Mirón, tranquilo de volver a donde por ahora, se encuentra lo que soy.
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