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viernes, 9 de octubre de 2020

prietos

borracho pedí tu número telefónico, sorpresivamente me lo diste sin titubear como si pensaras que lo hacia muy a menudo o como si tuvieras toda la disposición de conocerme de verdad, ya nos conocíamos. te había visto en un par de reuniones y el día que te apareciste por ahí en la avenida, obvio no te saludé aquella vez, que pena. pero eran otras épocas, donde solo parecías alguien interesante. 

no tardamos en encontrar algo en común, supongo que eso pasa cuando irremediablemente algo tiene que suceder. un par de mensajes de texto, y ya. ya estábamos junto al mar, viendo las nubes, sintiendo el viento en la cara y hablando de lo malo y de lo bueno sobre la arena. siempre una cerveza de por medio. 

cabíamos en las heridas de tus manos o en mi indecisión evidente. era tan fácil decir las cosas y al mismo tiempo todo era extraño, como si estar ahí fuera pasajero, casi peligroso. entre una cosa y otra no hablábamos, nunca fuimos de enviar muchos mensajes, no era lo nuestro. 

contagiado de la melancolía y anhelando compañía otoñal vi luz salir de tu rostro, de tus ojeras, de tu voz quebrada. no esperaba sentirme así, tal vez no quería sentirme así, pero fue así, no lo planeé, más bien no lo deseé. 

y ahora que me has atrapado en tu risa sinvergüenza, no tengo de otra más que tragármelo todo, y vivir de las ideas que se asoman en mi cabeza. 

al final no eres más que pasajero, con fecha de caducidad, una evidente fractura que llegará tarde o temprano, no somos más que dos idiotas jugando al hedonista, dos prietos orinando en un callejón. 

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