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martes, 5 de octubre de 2021

CHILAQUILES VERDES

Me levanté más allá del medio día, era viernes y tenía una resaca tremenda. Había aprovechado la promo 2x1 de Tecate ámbar en el oxxo y asediado por la mercadotecnia terminé bebiendo más de lo que me permitía un jueves por la noche. Me paré de golpe y comencé a buscar el jabón, las jergas, los trapos y la escoba. Tenía pocas horas para limpiar el departamento entero para poder recibir a los amigos que vendrían. 

Me encanta postergar las cosas, pensé, había estado postergando la limpieza por días; pasaba un poco la escoba y me iba a dormir con la mentira de que todo estaba (aparentemente) limpio, así que desde el inicio de la semana había declarado que el viernes iba a ser el día de la limpieza.

Inicié el sagrado rito por las ventanas del frente; estaban llenas de polvo por el aire del norte que había estado arreciando en los últimos días. Comencé a quitar toda la suciedad, cuando una ráfaga de aire azotó la puerta de golpe. La sensación de miedo sacudió mi cuerpo entero. Las dudas empezaron a aparecer en mi cabeza, tan de golpe como el sonido de la puerta al cerrarse. 

¿Qué voy a hacer? pensé mientras ideaba el plan para poder entrar y salir airoso de este pedo. Recordé que la puerta del patio de atrás permanecía abierta, así que al instante decidí que iría por una escalera, subiría por el techo y entraría por la puerta del patio de atrás. Sin pensarlo dos veces ya estaba caminando, por supuesto en ropa horrible y sandalias hasta la casa de mis padres. 

Entré casi sin saludar y me llevé la escalera sin dejar a mi papá preguntarme la razón de mi repentina visita. Hubiera sido casi imposible explicar mis razones sin que toda la situación terminara en una gran discusión, y yo no tenía tiempo para eso.  

Volví al departamento, subí como pude al techo y caminé rápido hacia la idea de saltar al patio trasero, pero me topé con el hecho de que la altura era demasiada, pensé en subir la escalera y colocarla del otro lado para poder bajar de forma más segura, pero al volver a ella, me di cuenta que el aire la había tirado. 

Mi corazón latía muy rápido, la ansiedad se apoderaba de mi. Comencé a idear cómo bajar, saltar de golpe con el temor de que me lastimara las rodillas, quedarme ahí hasta que alguien me viera, pensé incluso en una historias tonta en las que comenzaba una nueva vida en el techo.

Por fin, el perro de mi vecina tatuada me vió y comenzó a ladrar, ella lo hizo callar de prisa, pues en el edificio estaba prohibido tener mascotas. Me vió con ojos penosos y me dijo -¿qué haces allá arriba?, así que que le conté lo más rápido posible la historia de mi desventura. 

Se río, nos reímos, me dijo -Yo te ayudo sino dices nada del perro. Se hizo el trato y tal vez una amistad futura. 

Me pasó la escalera al techo y pude por fin alcanzarla. Bajé por el patio de atrás y por fin pude entrar al departamento. Aún sonaba 'Para hacer bien el amor hay que venir al sur' en el lugar desamparado y sucio. Me puse en acción, limpié en la mitad del tiempo que tenía previsto. Se logró. 

Casi las ocho de la noche; vi en el reloj de la sala y yo sin comer, pensé. Afortunadamente tenía unos totopos, un trozo de pollo y un poco de salsa verde en el refrigerador. Preparé unos chilaquiles verdes que lucían desabridos. Los puse en la mesa, los acompañé con un vaso de cerveza que había quedado de la noche anterior. 

Así que me senté frente a la comida, ya vuelta cena. Sonaba en la bocina 'The most powerful thing you can do is become the image of your own imagination', y lloré, lloré como un niño de trece años: con miedo, anhelado un futuro cada vez más cercano y sintiéndome después de mucho tiempo, parte de un lugar que era sólo mío. 

Me senté en la mesa, comí chilaquiles y lloré, porque a pesar de fea por ratos, esta vida se siente cada vez más mía. 


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