Seguidores

domingo, 19 de marzo de 2017

Esta historia que somos nosotros


Era una mañana de Enero cuando escuché su voz, de repente elevé mi mirada y me topé con su rostro. Voz y rostro. Ambos igual de impactantes, me tuvieron desde el inicio. Él era una de esas personas que hablan y te golpean el estómago con sus palabras. Con todo él.

Mi miserable vida parecía insignificante junto a todo lo que él representaba. Inteligencia, presencia y un toque de algo que no se que era, pero estaba seguro que fue lo que me atrajo.

No realice ningún movimiento ante él, no quise lucir torpe o como un idiota más de tantos que seguramente le habían coqueteado. No quería ser como ellos; yo quería ser especial. Y mi miedo a descubrir que no lo era, me impidió articular alguna palabra o teclear algún saludo.

Decidí tirar la espada y rendirme ante una batalla que ni siquiera había iniciado. No me sentía un contendiente digno.

A la distancia te quería, siempre te observaba en secreto. Esperaba toparme contigo en los pasillos. Contaba el número de veces que veía y quería morirme los días que tu rostro no aparecía por allí.

Fue una grata sorpresa toparme con un mensaje suyo, alguna tarde de algún día que no recuerdo muy bien, pero lo que sí recuerdo es la emoción de aquel especie de triunfo que atesoré en mi corazón, y del que decidí no hacer alarde o compartirlo con alguien. 

Pero eso fue todo. No pasó nada más. Yo me sentía poco apto y tú creíste que era falta de interés. Error mío, error tuyo. Error de ambos.

Estaba un poco obsesionado contigo. Con tus ideas sueltas y libres, pero mucho más con tu prosa. Por precisa. Por violenta. Muy de acuerdo en tantas de las cosas que decías, y en otras, pues no. Lo que sí es que me tenías enamorado de tu forma tan exacta de decirlas.

Odiar siempre, y mucho los lugares comunes. Gracias por eso. No ir con el cauce del río. Mejor guardar silencio que hacer preguntas innecesarias.

El tiempo pasó, nuestros caminos cada vez se hicieron más lejanos. Días, semanas, meses, ya no te veía. La distancia era atroz. 

Mientras tú te envolvías con otros artistas que te pintaban, te fotografiaban y se daban un festín con tu cuerpo, yo me encontraba lejos, muy lejos. Preocupándome por mi, y saliendo todas las noches a beber, quizá para encontrarme entre las botellas vacías, quizá para olvidarte o quizá para tener el valor de hablarte una vez más. 

La época de oro de ambos, la época del hedonismo, del sufrimiento, de la depresión. Una época de fiesta, de dolor. Donde no sabíamos quienes éramos, donde el dolor de nuestros pasados nos llevó a caminos extraños, donde cualquier caricia era aceptada para no estar solos.

Cuando la luna comenzaba a desaparecer a altas horas de la madrugada, veía tu rostro en mi mente. Tan claro y tan borroso. Tan lejano como tan cercano. Como un colibrí revoloteando entre mis párpados, como un león rugiendo desde mi interior, como un mono quitándose los piojos.

De repente nos saludábamos a la distancia. Una distancia de kilómetros. Una distancia entre dos cuerpos. Una distancia llena de ansiedad, incertidumbre y a veces de indiferencia.

El olvido parecía la solución de este cuento. Se veía fácil, era lo más sencillo, pero nos arraigábamos el uno al otro sin saber exactamente el por qué.

Volví, volviste, volvimos.

Una noche cálida te encontré, me encontraste. Nos encontramos en el tumulto de un bar. Sabiéndonos perdidos y encontrándonos una vez más. Tiempo después, con las esperanzas casi muertas.

Me topé una vez más con tu sonrisa. Lucías débil, y azotado por las noches de desvelos provocados por el desamor y la incertidumbre. Yo apestaba a alcohol y a los miedos que seguía arrastrando a un después de haber tocado el cielo.

Apenas y hablamos. Nos dimos cuenta del como habíamos cambiado a un instante de vernos. Parecía que todo terminaría ahí, dos conocidos reencontrándose en la oscuridad de un bar. Me saludaste y te fuiste. Me saludaste y te deje ir. El final.

Unos días después, me hundí en cerveza. Fría y amarga. Después del que creí el fin, me decidí por dar señales de vida. Un último movimiento. Lo que fuera por no dejarte ir. Por no dejar morir esta historia en silencio, pero que tanto estruendo había causado en mi interior.

Te mande una señal, mi última patada de ahogado, un mensaje que me liberó, que liberó mis ansias de tenerte entre mis brazos, que liberó cualquier prejuicio que pudiese haber quedado en mi interior. 

Nos vimos una vez más, entre luces neón y tragos de alcohol barato. El lugar estaba vacío, a excepción de nuestros cuerpos y las ganas inevitables de tocarnos el uno al otro.

Entre la oscuridad y las luces parpadeantes, vi una vez más tu rostro. Tu piel era tan bella como la recordaba, tus rizos desordenados adornaban esa cabeza llena de ideas explosivas.

El lugar se ensordeció, la música no existía, flotamos. Sin darnos cuenta chocamos nuestros labios y nos fundimos en un beso sabor a tequila que deseaba ser desde hace un año atrás.

Y así fue el inicio de esta historia, mi historia con un pequeño, un pequeño que me crea y me destruye. Un pequeño que me engrandece y me contiene.


Y esta historia que somos nosotros, no podría haberse contado de otra forma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario