Ahí va
la danza del olvido,
la que no para de ondear los brazos,
saltar los campos,
correr los llanos.
Figurar en el pasado
los errores amargos,
incómodos,
violentos.
Es un baile macabro,
melancólico a ratos,
pero voraz.
Destruye la prudencia
y se abre paso
por el corazón.
¿De qué está lleno…
mi corazón?
Gélida,
la marea bajo el sol ardiendo.
Oxímoron incoherente.
Rayo ácido.
Ensordecedor silencio.
Paz ruidosa.
Música que no suena.
No voy a llorar,
porque no puedo.
No voy a reír,
porque se clava
como daga sobre el pecho.
Ruin existencia
sobre el sillón.
La casa yace
cubierta de heces
y sangre.
Como si se tratara
de una cárcel.
Y sobre todo eso:
lágrimas.
Las canciones suenan
a volumen cien.
Imposibles.
Invencibles.
Y aun así,
no las escucho.
Caen sobre la tela blanca
como la mirada del rechazo.
Caen sobre la calma.
Caen lágrimas.
Lágrimas en música
rencorosa,
ambiciosa,
fúnebre,
asquerosa,
amorosa,
bochornosa,
embriagosa.
Vigorosa,
la vida que se fue.
Incómoda,
la vida que se vive.
Pretencioso,
lo que no fue.
Amargo,
lo que se fue.
Doloroso,
lo que aún vive.
Contagia.
Abraza.
Devasta.
Acaba.
Qué rico.
Acaba sobre mí.
Acaba conmigo.
Acaba en mí.
Acábate conmigo.
Acábame.
Acábate.