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martes, 13 de mayo de 2025

LÁGRIMAS


Ahí va
la danza del olvido,
la que no para de ondear los brazos,
saltar los campos,
correr los llanos.

Figurar en el pasado
los errores amargos,
incómodos,
violentos.

Es un baile macabro,
melancólico a ratos,
pero voraz.
Destruye la prudencia
y se abre paso
por el corazón.

¿De qué está lleno…
mi corazón?

Gélida,
la marea bajo el sol ardiendo.
Oxímoron incoherente.
Rayo ácido.
Ensordecedor silencio.
Paz ruidosa.
Música que no suena.

No voy a llorar,
porque no puedo.
No voy a reír,
porque se clava
como daga sobre el pecho.

Ruin existencia
sobre el sillón.
La casa yace
cubierta de heces
y sangre.
Como si se tratara
de una cárcel.
Y sobre todo eso:
lágrimas.

Las canciones suenan
a volumen cien.
Imposibles.
Invencibles.
Y aun así,
no las escucho.

Caen sobre la tela blanca
como la mirada del rechazo.
Caen sobre la calma.
Caen lágrimas.

Lágrimas en música
rencorosa,
ambiciosa,
fúnebre,
asquerosa,
amorosa,
bochornosa,
embriagosa.

Vigorosa,
la vida que se fue.

Incómoda,
la vida que se vive.

Pretencioso,
lo que no fue.

Amargo,
lo que se fue.

Doloroso,
lo que aún vive.

Contagia.
Abraza.
Devasta.

Acaba.
Qué rico.
Acaba sobre mí.
Acaba conmigo.
Acaba en mí.

Acábate conmigo.
Acábame.
Acábate.

miércoles, 7 de mayo de 2025

ME CONVIERTO EN NOSTALGIA

Quisiera que fuera miércoles.
Salir del kínder e ir con mi tía Ana al centro,
acompañándola a no sé qué,
pero sabiendo que me recompensará
con una hojaldra de jamón con queso
y una horchata de La Michoacana.

Quisiera que fuera verano.
Sentirme sudado,
comer un helado de limón
del señor de afuera de la primaria.
—¿Quieres que le ponga Miguelito?—
me preguntaría.
Quisiera ver el cielo
y sentirme parte,
aunque esté apartado a veces.

Quisiera que fueran las dos de la tarde
de un día cualquiera.
Ir con Luis, Pato y Axel
a la parada del Ortiz Rubio.
Tomarnos un Arizona Kiwi-Fresa,
escuchar a Paramore,
ver la vida pasar
desde una esquina de Constituyentes,
y dejar que los autobuses pasen
una y otra vez
con tal de no decirnos adiós todavía.

Quisiera que fueran las once de la mañana.
Ir a la cafetería de la prepa,
sentarnos en las sillas de siempre,
comer pizza, palomitas,
tomar café con galletas.
No me importa que otra vez
sea solo papaya para mí.
Reírnos hasta que duela la panza,
temer un poco por el futuro,
pero que los planes del fin de semana
nos importen más.

Quisiera que fuera viernes en la universidad.
Perder el tiempo en la biblioteca,
aprovechar el aire acondicionado,
dormir un poco.
Tal vez haya que ir al servicio,
tal vez por una cerveza,
tal vez tenga una entrega final.
Cualquier plan es bueno.

Me siento atado a estos recuerdos,
a los buenos
y a los regulares también.
En ellos vivo,
y me pierdo.

Ojalá todo cupiera en estas letras.
Que ningún momento se escapara,
que nada se perdiera
en el abismo de mis recuerdos,
en mis blackouts.
Pero se va.

Me convierto en nostalgia.
Soy sensaciones, sabores y colores.
Y me pierdo en todo eso,
a veces.
A veces soy recuerdos,
y en recuerdos me convierto.

Me convierto en nostalgia.